Las personas que experimentan con frecuencia emociones positivas, tienen un 18% menos de riesgo de desarrollar dolor crónico, según un estudio publicado en la revista Psychological Bulletin. Los hallazgos que interrelación el dolor y emociones es cada vez más amplia y en este artículo conocerás un poco más sobre esta relación.

¿Qué es el dolor?

El dolor es una experiencia multidimensional que involucra aspectos sensoriales, afectivos, cognitivos y conductuales. El dolor nos alerta ante posibles daños o amenazas a nuestra integridad física o psicológica, pero cuando se vuelve crónico, se distorsiona su función de alarma e impacta negativamente la calidad de vida de las personas.

Como experiencia subjetiva, el dolor no depende sólo de factores biológicos sino también de factores psicológicos y sociales. El modelo biopsicosocial del dolor propone que el dolor es el resultado de la interacción entre esos tres tipos de factores, por lo que debe ser abordado desde una visión interdisciplinaria.

Los factores psicológicos pueden influir en el dolor de varias formas, que van desde la interpretación del estímulo doloroso hasta la respuesta emocional que tenemos como consecuencia de esa molestia o la conducta que adoptamos para afrontarlo.

El impacto de las emociones en el dolor

Las emociones son estados afectivos que surgen como respuesta a estímulos internos o externos, y que implican cambios fisiológicos, expresiones faciales, pensamientos y acciones. Las emociones tienen una función reguladora, ya que nos ayudan a adaptarnos al entorno y a alcanzar nuestras metas. Sin embargo, cuando las emociones son intensas, persistentes o desadaptativas, pueden interferir con nuestro bienestar y nuestra salud.

Las emociones pueden influir en el dolor de dos formas: 1) modificando la intensidad, la duración y la calidad del dolor y 2) alterando el impacto del dolor en la vida diaria. Veamos de qué manera una emoción negativa o positiva afecta la experiencia de dolor:

¿Qué efectos tienen las emociones positivas?  

Diversos estudios plantean que el conjunto de síntomas de la depresión o las manifestaciones de ansiedad agravan y acentúan los síntomas dolorosos. 

Esto puede deberse, por una parte, a que las emociones negativas, como el estrés, la ira o la tristeza pueden reducir la tolerancia al dolor; por otra, a que estas pueden modificar la sensibilidad a los analgésicos, haciendo que sean menos efectivos o que se necesiten dosis más altas para el alivio.

¿Cómo influyen las emociones positivas?

En contraste a lo anterior, la alegría, el amor, la gratitud o la esperanza, activan el sistema nervioso parasimpático, que favorece la relajación, la recuperación del organismo, además liberan sustancias analgésicas naturales, como las endorfinas o la serotonina. 

Las emociones positivas también pueden mejorar nuestro estado de ánimo y nuestra calidad de vida, generando un círculo virtuoso entre el dolor y las emociones. De hecho, un estudio publicado en la revista Psychological Bulletin evidencia que las personas que experimentan con frecuencia emociones positivas, tienen un 18% menos de riesgo de desarrollar dolor crónico que las que no lo hacen.

Del círculo vicioso del dolor al ciclo del bienestar

El “círculo vicioso del dolor” es uno de los enfoques psicológicos utilizados para explicar la experiencia del dolor crónico, uno de los que mayores consecuencias tienen sobre nuestro bienestar mental. 

Este ciclo suele iniciar con dolores musculares, que pueden tener una diversidad de causas, y que suelen ser el primer detonante del estrés. Este comienza a afectar las rutinas diarias del paciente, degradando el nivel de vida, limitando su capacidad para moverse y hacer ciertas actividades. 

Esas etapas suelen desencadenar problemas para dormir, lo que afecta el tiempo de regeneración del área afectada, aumenta la fatiga y es un factor de riesgo de depresión. Las emociones negativas, los pensamientos catastróficos y la atención selectiva al dolor suelen empeorar la situación. 

El paciente puede empezar a adoptar posturas que le permitan sentir menos dolor, pero que no necesariamente favorezcan sus articulaciones y músculos, o evitar ciertas conductas que considere dolorosas, lo que puede extender las molestias a otras partes del cuerpo. 

Todas esas condiciones se retroalimentan entre sí y se convierten en un ciclo que va degradando la calidad de vida del paciente. Para romper ese círculo vicioso es imprescindible el diagnóstico y tratamiento oportuno, pero además pueden incorporarse  

¿En qué consiste el ciclo del bienestar?

El ciclo del dolor crónico sugiere que para salir de ese círculo vicioso, es imprescindible el diagnóstico y tratamiento oportuno, pero adicionalmente intervenir en los factores psicológicos que lo mantienen. Es allí en donde surge el ciclo del bienestar, conformado por estrategias en 3 dimensiones que en conjunto nos permiten gestionar el dolor y contribuir a su alivio. 

Dimensión física.

El ciclo del bienestar plantea que la clave para reducir el dolor crónico es mantenerse activo, pues ejercitarse ayuda al cuerpo a producir endorfinas, que son analgésicos naturales. Además la actividad física ayuda a fortalecer los músculos y hacerlos más flexibles. Se recomienda comenzar lentamente con ejercicios de bajo impacto como caminar, nadar, andar en bicicleta o usar bandas de resistencia.

Dimensión emocional.

Supone la incorporación de prácticas que nos ayuden a regular nuestras emociones y cambiar patrones de pensamiento, que nos permitan afrontar el dolor de otra forma. En este ámbito se incluyen desde técnicas de relajación, meditación y mindfulness, hasta terapias psicológicas como la cognitivo-conductual, que nos ayuda a identificar y modificar pensamientos negativos o catastróficos. 

Dimensión social.

Quizá es la menos evidente, pero también es parte importante. La idea es establecer una red de apoyo de familiares, amigos, compañeros y personas que puedan estar en condiciones similares. El interactuar y compartir con otros, puede reducir el aislamiento, la soledad y el estrés que provoca el dolor crónico, le resta atención a la dolencia y se aumenta nuestra sensación de pertenencia y seguridad .

Las estrategias de gestión del dolor que conforman el ciclo de bienestar pueden ser diferentes para cada persona. Lo importante es que complementen el tratamiento médico (medicación, fisioterapia o cirugía) y contribuyan a mejorar la calidad de vida.

La relación entre el dolor y las emociones es compleja y recíproca. Comprender esta conexión puede ser clave para manejar eficazmente esta experiencia desagradable.. Al cuidar nuestra salud emocional, podemos estar un paso más cerca de vivir una vida con menos dolor y en bienestar.

Fuentes